Comentario "La maja desnuda" Goya

LA MAJA DESNUDA. Francisco de Goya y Lucientes



Identificación y clasificación de la obra:

    Se trata de un óleo sobre lienzo,  de 0.98 cm. X 191 cm. Está fechado hacia el 1797- 1800, y se encuentra en el Museo del Prado, en Madrid. El género al que pertenece es el retrato de cuerpo entero de una mujer desnuda. Por su estilo es una obra inclasificable, aunque por su cronología podemos situarla en el Neoclasicismo, Goya introduce importantes novedades en el tratamiento de la obra.
    La obra aparece citada en 1800 como parte de las pinturas que se hallaban en el gabinete del valido (primer ministro) del rey Carlos IV, Manuel Godoy, emparejada con otra semejante: “La maja vestida”, realizada posteriormente.  Se desconoce quién las encargó, aunque todo hace suponer que ambas majas fueron encargadas por el propio Godoy para decorar su despacho, junto a la “Venus del espejo” de Velázquez y otro desnudo de la escuela veneciana, ya que era aficionado a las pinturas de desnudos femeninos. El coleccionismo de estas pinturas era una forma de exhibir el poder de este valido, debido a que la posesión de obras de este género era perseguida por la Inquisición, dado su carácter “obsceno”.
La obra sigue la tipología tradicional de representación de la diosa Venus tendida sobre un lecho, aunque como se verá en el análisis formal y estilístico, desde la particular mirada de Goya que, en este género, como en otros, romperá con la tradición.
Sobre la identidad de la mujer representada no tenemos noticias, aunque existen diferentes hipótesis: la legendaria, que señala que la maja sería la Duquesa de Alba, María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, a quien Goya estaba unido desde que ésta enviudó y se trasladaron juntos a San Lucas de Barrameda (Cádiz), aunque su rostro no coincide con el de la maja (podría tratarse de un rostro estereotipado, para evitar descubrir la auténtica identidad de la mujer, como ocurría en los cartones para tapices); otra hipótesis señala que, por la postura, podría ser una prostituta de alto postín que se ofrece al   mejor postor. Se ha propuesto también que la retratada fuera Pepita Tudó, entonces amante y, más tarde, esposa de Godoy.  Se ha pensado, también, que las dos majas formasen un díptico, de modo que la vestida pudiese descubrir, como al volver una página, mediante un mecanismo secreto, a la desnuda. Es hipótesis muy verosímil, pues semejantes "picardías" eran frecuentes en Francia y en el ambiente de los ilustrados. Fuere quien fuere la mujer, Goya fue llamado en 1815 por la Inquisición para conocer la identidad de la dama y quién la había encargado. No conocemos la respuesta de Goya, si es que dio alguna, pero el asunto fue sobreseído. Parece ser que altas instancias (el Valido Godoy, el Cardenal Luis de Borbón, o el propio monarca Fernando VII) pararon la instrucción.  No era la primera vez, en todo caso, que Goya debía de hacer frente a este tribunal que encarnaba la España más retrógrada. Durante mucho tiempo este desnudo fue conocido popularmente como "la gitana", quizás por su cabello negro y mirada penetrante y, porque vestida, se correspondía con los tipos populares a los que tan aficionada era la frívola aristocracia española de la época.

Descripción y análisis formal:

     La Maja desnuda es un retrato de cuerpo entero de una joven mujer desnuda recostada en un diván o canapé de terciopelo verde con almohadas y colcha, que mira directamente al espectador. El diván y la mujer se sitúan en un lugar oscuro e indefinido, neutro, que carece de cualquier referencia espacial.  La mujer se dispone con los brazos entrecruzados por debajo de la cabeza, postura que recuerda a la “Ariadna dormida”, de las colecciones reales, lo que hace que sus senos se separen, y recoge ligeramente sus piernas para marcar la flexión curvilínea de la cadera y los muslos, cerrándolas con elegancia. La figura de la mujer atraviesa el lienzo en diagonal, lo que obliga al observador a recorrer el cuerpo de izquierda a derecha, desde los pies hasta el rostro, pasando por el vientre y el ombligo, que se convierten en el centro visual del cuadro gracias  a que Goya ha pintado, por primera vez en la historia de la pintura, el vello púbico de la mujer. El rostro de la joven presenta unas mejillas sonrosadas y una media sonrisa que, junto con su descarada mirada, producen un efecto de provocación en quien la observa. La posición de la cabeza parece algo forzada en relación al cuerpo, como si el cuello no presentara una posición natural, relajada, como sí sucede con el resto de su cuerpo. La expresión resultante es la de una mujer pícara, casi audaz, que sonríe y mira satisfecha y orgullosa, sin  pudor, al mostrar sus encantos femeninos.
    Desde el punto de vista formal, en la obra destaca la precisión del dibujo con el que Goya modela la figura femenina y el predominio de una gama cromática fría, en la que destacan los tonos verdes, en contraste con los blancos nacarados  y los rosas, que dan mayor calidez; ambos son rasgos propios de la pintura neoclásica. El resultado es un desnudo pulido y bien torneado, que recuerda a Tiziano o a Velázquez. La pinceladas muy empastada, aunque no  es tan larga como es habitual en el estilo del artista, salvo en los volantes de los almohadones y las sábanas, en la que ésta es mucho más suelta  y abocetada. La figura, situada en primer plano, está realizada de forma minuciosa, con una gran perfección académica. Las carnaduras y los sombreados han sido tratados con mimo, para destacar las formas voluptuosas  de la mujer. El foco de luz, procedente del exterior, incide sobre el cuerpo de la mujer y contribuye a hacer vibrar y brillar la piel del pecho y del vientre, subrayando el erotismo de la  pose y el gesto femenino, contrastando con la atmósfera tenebrista, neutra, de la estancia, que hace resaltar aún más el cuerpo desnudo perfectamente iluminado. No hay nada que pueda distraer al observador, más allá de la maja y del diván o canapé; la mirada se concentra en el pubis de la mujer y en la línea que forma con su ombligo, espacio de una gran sensualidad gracias a la suave luz que modela los dintornos de la figura.
    Por su perfección y academicismo, este desnudo es lo menos "goyesco" de toda la producción del pintor, el más dieciochesco, anterior al gran cambio que se produce en su estilo a finales de siglo.

Conclusión:

    Aunque el punto de partida de Goya sea el de la tipología tradicional de Venus recostada sobre un lecho, fijada en el Renacimiento por los pintores de la escuela veneciana (Giorgione, Tiziano, etc.), el pintor zaragozano va mucho más allá. La figura representada no se corresponde con ninguna  imagen divina o mitológica que, como en épocas pasadas, pudiera justificar el desnudo (como se cita en uno de los textos de referencia de la prueba), sino con la de una mujer real, de carne y hueso. El pintor ha prescindido de cualquier aditamento mitológico, como Cupido, tradicional acompañante de la diosa (Venus del espejo, de Velázquez); sitúa a la mujer provocativamente sobre un canapé o diván moderno y no sobre un lecho clásico, mirando al espectador y sonriendo con desparpajo, lo que la aleja del tradicional recato de otras épocas. Tampoco se sirve de la justificación moralizante que caracteriza la pintura neoclásica en su tratamiento del desnudo femenino (J.L. David, por ejemplo, en el Rapto de las sabinas). Es, además, el primer desnudo femenino del que se tenga noticia que muestra el vello púbico, lo que la convierte en una imagen moderna y perturbadora. En esta obra Goya rompe con la tradición iniciada en el Renacimiento, aunque parta de las referencias históricas: Velázquez, Tiziano, Rubens, etc. nos ofrece una mirada moderna sobre una mujer de su tiempo, sin idealización alguna, llena de sensualidad y erotismo; Goya pinta, en fin, el deseo, para solaz de quien le encargó la pintura, pues no hay que olvidar que era un encargo privado, y peligroso, aunque hoy cuelgue en las paredes del Prado.

     La influencia de esta obra es enorme en los pintores posteriores; Eduard Manet, precursor del Impresionismo, pintará su Olimpia, teniendo como referencia la maja de Goya, como se aprecia en el descaro con el que la mujer observa al espectador.



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